Una duda frecuente que se plantea entre
los padres preocupados por dar una buena educación a sus hijos es saber el
grado de protección más adecuada para sus pequeños.
Podemos decir que cada niño merece una
protección especial según sus circunstancias. Ciertamente cuando el niño es muy
pequeño, nuestra protección ha de ser total y absoluta, esencial para su
supervivencia. A medida que el niño crece, se desarrolla en él un tremendo espíritu de aventura, incluso lo más peligroso.
Es más adelante cuando comienza a distinguir lo dañino de lo placentero y a
tomar conciencia del dolor a través de sus experiencias.
Un factor esencial en el aprendizaje es
la experiencia; su carencia conduce a la ineptitud. Por ello un exceso de protección
le priva de asistir a esa necesaria “ escuela de la vida”, por la que ha de
pasar tarde o temprano. Los fracasos moderados y los sufrimientos ayudan al
niño a madurar. Lo único que hay que controlar es el grado de los mismos, para
que no alcancen un nivel irreparable.
El
papel de los padres es caminar al lado del niño, encauzarlo en su desarrollo,
marcarle el camino, pero no caminar por él.
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